Airbag lleva más de 20 años tocando y cada vez tiene más éxito. Sin tropiezos. Siempre hacia arriba en una pendiente suave pero segura; vamos, lo que los ciclistas llaman un falso llano. No tienen ningún hit que destaque sobre las demás canciones. No son ni guapos ni feos. Son asquerosamente normales. Para colmo, a casi todas sus canciones les falta el estribillo. Al menos carecen de esa frase que luego lleva un (x4) para no tener que escribirla cuatro veces en las hojas donde vienen las letras.
Entonces… ¿Dónde está el ingrediente secreto de su éxito? En sus canciones, obviamente. Durante todos estos años nos han ido regalando a los fans temazos y temazos encapsulados en forma de elepés. Son las temidas bombas de racimo, que antes de llegar al suelo se abren y sueltan diez o doce bombas más pequeñas que multiplican su capacidad destructiva. Y si el artillero encargado de ensamblarlas es Carlos Hernández, la devastación es total.
Aunque el Tratado de Oslo prohíbe este tipo de bombas, Airbag nos ha vuelto a lanzar otra. Antes de soltarla desde su nuevo avión (Sonido Muchacho) han escrito el título con tiza en la carcasa: “Cementerio indie”. Cada uno que lo interprete como quiera, pero sin darle muchas vueltas, que luego pasa lo que pasa…
Ahora, sin venir a cuento, tengo que hablar de los directos. Vale, ya sé que esto es una hoja de promo de un disco y en principio no tendría mucha lógica mencionar los conciertos, pero es que Airbag es diferente a los demás grupos. Los discos son un medio, no un fin. Se trata de escuchar el disco doscientas veces para ir bien empollado al verdadero fin, que es el concierto. Para quien no haya estado nunca en uno, le diré que es lo más parecido a pasar una hora dentro de una olla express. Yo fui zanahoria en otra reencarnación, por eso lo sé. Viví una vida apacible en un matojo hasta que alguien me echó al cocido. Cada vez que voy a un concierto de Airbag no puedo evitar acordarme de aquella hora que pasé a 130° dando brincos junto al hueso de jamón, los garbanzos y el trozo de repollo.
Entonces… ¿Dónde está el ingrediente secreto de su éxito? En sus canciones, obviamente. Durante todos estos años nos han ido regalando a los fans temazos y temazos encapsulados en forma de elepés. Son las temidas bombas de racimo, que antes de llegar al suelo se abren y sueltan diez o doce bombas más pequeñas que multiplican su capacidad destructiva. Y si el artillero encargado de ensamblarlas es Carlos Hernández, la devastación es total.
Aunque el Tratado de Oslo prohíbe este tipo de bombas, Airbag nos ha vuelto a lanzar otra. Antes de soltarla desde su nuevo avión (Sonido Muchacho) han escrito el título con tiza en la carcasa: “Cementerio indie”. Cada uno que lo interprete como quiera, pero sin darle muchas vueltas, que luego pasa lo que pasa…
Ahora, sin venir a cuento, tengo que hablar de los directos. Vale, ya sé que esto es una hoja de promo de un disco y en principio no tendría mucha lógica mencionar los conciertos, pero es que Airbag es diferente a los demás grupos. Los discos son un medio, no un fin. Se trata de escuchar el disco doscientas veces para ir bien empollado al verdadero fin, que es el concierto. Para quien no haya estado nunca en uno, le diré que es lo más parecido a pasar una hora dentro de una olla express. Yo fui zanahoria en otra reencarnación, por eso lo sé. Viví una vida apacible en un matojo hasta que alguien me echó al cocido. Cada vez que voy a un concierto de Airbag no puedo evitar acordarme de aquella hora que pasé a 130° dando brincos junto al hueso de jamón, los garbanzos y el trozo de repollo.