2022 Gran Sol
¿Cómo? ¿Un disco de solo siete canciones? ¿Y cada una dura entre cinco y ocho minutos? ¿Pero qué locura es esta? Me temo que, en estos tiempos en los que se impone la música de consumo rápido y olvido instantáneo, el nuevo álbum de Diego Vasallo es precisamente eso: una locura imprescindible. Una rareza obligada, una rebelión forzosa; la maravillosa anomalía de un artista que solo obedece a su propio instinto. En su caso, así ha sido siempre; con todos sus cambios de timón, la carrera de Diego presenta una envidiable coherencia.
Volvieron las guitarras eléctricas y las baterías, regresó la tensión al ritmo de las canciones, se activó de nuevo el motor que pone en marcha las giras. Volvió el rock, sí, pero un rock diferente al que había facturado anteriormente. Se trataba de un rock adulto, oscuro y noctámbulo; un rock con los pies manchados de barro y la mirada turbia; un rock al que solo se puede llegar después de una vida entera escribiendo canciones. “Caemos como cae un ángel” desarrolla y perfecciona las virtudes desplegadas en sus dos obras anteriores: instrumentación cruda y austera, melodías vestidas con sutiles ropajes eléctricos y protagonismo absoluto de la voz. Musicalmente, las canciones siguen bebiendo de las fuentes que mejor han calmado la sed de su autor en los últimos años: el blues antiguo, el country, el folk, el rock más primitivo, el soul, el jazz… Diego toma prestados elementos de estos estilos y los mezcla con arena para armar sus melodías. Esta vez lo ha hecho con una banda que entiende perfectamente sus intenciones y sabe convertirlas en sonidos, huyendo siempre de la aséptica pulcritud que aniquila cualquier rasgo de originalidad. Mención especial merecen los textos