Váyanse a casa, aquí no hay nada que ver tiene la fuerza de transportarnos a esa sensación de estar frente a la gran pantalla. Sergio Albarracín sabe desgajar las historias, transformar el lenguaje fílmico en la narración de cuatro relatos entrelazados que surgen y mueren, como sus protagonistas, del más mínimo resquicio que deja la realidad.Hay algo que sorprende de principio a fin en esta obra, y no es fácil descubrirlo, es más bien una sensación, como la humedad del mar que se pega al cuerpo; como si uno de los rostros de nuestro autor fuera el del mismísimo Stephen King, despojado aquí de su mitología yanqui, contándonos historias oscuras en escenarios cotidianos y reconocibles, con personajes desubicados, encerrados en estas páginas y que esperan tu veredicto.